“Próxima parada León,
rogamos a los señores pasajeros que vayan recogiendo sus pertenencias”
avisaba el sistema de locución del tren mientras yo, sentado allí con mi hija
Aitana, de ocho años, me preguntaba qué demonios hacíamos en León.
Al ganar el concurso de relatos de Peón de Rey, que
consistía en dos noches de hotel en León para asistir al Magistral del 2015,
dudé. No tenía claro si nos compensaría el esfuerzo, el tiempo y el coste que supone
desplazarse a León. Al final pensé: “¿Por
qué no? Al menos podré pasar unos días con mi hija y visitar una de las mejores
catedrales de España”.
Y allí estaba yo, en el andén de la estación de León con una
maleta y una niña, cuando vimos aparecer a los organizadores del Magistral.
Habían venido a recogernos a la estación: íbamos a estar alojados en el mismo
hotel que los jugadores, prensa y resto de invitados. Eran sobre las 14:30 y teníamos
que comer rápido, ya que a las 15:30 saldría de la puerta del Hotel Conde Luna
el autobús que nos llevaría al Auditorio de León, donde se celebraría la
primera semifinal.
El autobús del Magistral de León |
Justos de tiempo y con la ilusión típica de quien comienza
un viaje, bajamos corriendo al hall del hotel. Fue en ese momento cuando supe
que las siete horas de tren, el sueño, el cansancio, todo, había valido la
pena. El autobús aún no había llegado y en la puerta del hotel se encontraban,
esperándolo, Maxime Vachier-Lagrave y
Ruslán Ponomariov. Con cara de pocos amigos se habían situado en extremos
opuestos de la calle, separados por más de diez metros, serios, ausentes. El
ambiente era denso, incomodo, asfixiante, se podía palpar la tensión y el
dramatismo del momento. Con los nervios a flor de piel, ambos jugadores
evitaban cualquier tipo de contacto visual y, permanecían absortos en sus
pensamientos, como repasando mentalmente aperturas y variantes o, tal vez, intentando
transportarse a otro mundo, a otro lugar donde no hubiese tanta presión.
Las cosas no mejoraron con la llegada del autobús, los
jugadores continuaban manteniendo las distancias, seguían sin intercambiar ni
una sola palabra, ni una mirada. Y yo me preguntaba: ¿Qué les debe estar
pasando en estos momentos por la cabeza? ¿Cuánta presión tiene que soportar un
jugador de su nivel cuyas partidas van a ser vistas y analizadas por miles de
seguidores en todo el mundo? No me atreví a pedirles nada, ni una foto, ni un
autógrafo, nada. No era el momento.
Y así, contento por ir junto a un excampeón del mundo
(Ponomariov) y con uno de los mejores jugadores de la actualidad
(Vachier-Lagrave) y sorprendido por lo que estaba viviendo en ese autobús, llegamos
al auditorio. Iba a celebrarse la primera semifinal.
Del Magistral de León me quedo con muchas cosas: buena
gente, buena comida, una preciosa ciudad,
pasar frío en Junio, un fantástico libro, su catedral, buenos amigos,
buen ajedrez, emocionantes partidas, un montón de fotos y muchas, muchas
anécdotas. Pero de lo que seguro nunca me olvidaré será de mis viajes en “el autobús del Magistral”.
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